lunes, 22 de diciembre de 2014

Caminamos pudiendo volar

A veces en algunos días grises
De la estación del tren, de ese tren ambiguo, saltarín, y viejo, a esta casa con rejas rojas que aparece detrás mío. Y camino como un sonámbulo por las calles de Buenos Aires y París. Por las calles de mi querida Lima y Madrid. Camino en dirección al sur, ese sur repleto de pingüinos y ballenas, y lobos marinos y fríos. Aunque ciertamente me alimento de mi gustoso caminar y mi placentero no correr. Gozo de este viento helado que roza mis mejillas y me hace recordar a Roma. Una vez decidí caminar, salir, y desde ese momento no volví al quejoso letargo. Millas, kilómetros, senderos y ruinas he recorrido, bah... aunque mis piernas lo han hecho, yo soy un simple reflejo de indecisión. Aunque ciertamente para recorrer estos viejos y agrietados kilómetros opté por recurrir a la tenacidad.

Primero contaré mi experiencia lastimosa, esa que surge de un pensamiento oscuro y tenebroso, aunque para ser modesto diré que ese pensamiento no me corresponde, sino a un tercero.

...cuando pierdo la esperanza, cuando no encuentro la paz
Entonces supongamos (aludiendo a la postrera frase), que yo tuve la idea de recorrer el mundo a pie, decidí agarrar mi mochila, colocar seis o siete piedras en ella y partir. Sólo en ese momento recordé, sigamos suponiendo, que mi vela estaba apagada. No tenía tiempo de encenderla, más bien estaba con varios contratiempos, estaba a destiempo y la desesperación me ganaba. Supongamos. Ahora ocurre que también debía llevar un pergamino, un mapa diremos en estos tiempos, para no perderme en el camino y zozobrar. Y algo especialmente valioso también: una brújula.

Eché entonces tierra a mis zapatos, mojé mi remera para no dejar de tener frío y partí hacia el tiempo inhóspito, hacia lo desconocido, hacia lo tenebroso.

¿No se siente una sensación de bienestar en las piernas al comenzar?. Es decir los que ya estamos acostumbrados a caminar, correr o cualquier actividad que requiera el uso, el uso y el uso de músculos inferiores, sentimos (o al menos así lo siento yo) una sensación de descanso en un principio. Esto ha de ser porque pensamos e imaginamos que en un futuro lejano o no lejano estaremos sintiendo molestias.

En fin, creo que mi no sufrimiento del comienzo me dio entusiasmo para recorrer el largo trecho que me mostraba la noche.

Después de unas dos o tres horas de caminata, me sentí completamente acompañado, ¡oh! ¡si hubieses estado allí adentro mío mientras caminaba!. La sonrisa que tiempo atrás se había borrado empezó a resurgir, salió a la superficie como periscopio de submarino cuando recibe noticias de posible ataque. Sonreí porque sí. No tenía explicación, evidentemente había pasado por allí un pensamiento positivo, demasiado positivo, difícil de amedrentar.
...me pregunto si en verdad existes
Creo que cuando sonreímos pensamos mejor, creo que cuando nos hacemos conscientes de que alrededor no sólo hay basura y de hecho hay muy, muy, muy poca basura en relación a nuestra vida, a los tesoros nuestros y sólo nuestros; pensamos mucho, mucho mejor (perdón por la redundancia pero creo que es necesaria). Por eso en este momento fue cuando recordé dos cosas a la vez, ¿sorprendente no?. Recordé que no debía olvidar ni la vela ni el pergamino, la vela mostraba el camino y el pergamino me lo enseñaba. ¿Para qué sirve sino la noche? ¿no es acaso para mostrarnos que el día existe?. ¿O el invierno? ¿y la primavera? ¿son sólo estaciones?. Así ocurría entonces con mis dos valiosas posesiones.

Mi vela estaba completamente apagada y el pergamino también, ninguna daba brillo, ninguna daba luz. Mi mente estaba completamente en blanco y mi hoja de recuerdos también, todavía no había salido a andar, todavía no había pisado firme.


Me decidí entonces, era momento de dar un gran paso, mi futuro y mi felicidad lo agradecerían. Encendí la vela y observé el pergamino, mis todos sentidos estaban destinados a mi mapa, a esa hoja que tenía en mis manos. Me detuve, sentí mis cinco dedos helados y mis pelos mojados de la lluvia se pegaban a mi frente. Mis nuevas zapatillas ahora eran viejas y mi paso era vano, ya no existía, había frenado, estaba con velocidad cero. Sentí un lindo viento fuerte en la espalda y mi ropa se pegó a mi cuerpo por efecto de la transpiración.

Sentí, viví y sonreí en ese momento. Viví el momento y olvidé mis sueños pasados y mis anhelos futuros, rogué a quien me acompañaba para que no me abandone, aunque ya sabía que no lo haría. Mi alegría destruyó mi pesimismo y mi gran estado de ánimo hizo desaparecer al precedente negativismo.
...es la voz de Dios mi amigo...
Miré para arriba tan feliz, y me constaté de que la copiosa lluvia no cesaba: ¡tanto mejor!. Me estaba enterando que dio frutos salir de mi comodidad ya vieja, ¿o acaso no recuerdas ese refugio tan bien diseñado por tu mente para que no salgas, para que no vivas?. Me acordé de todo el camino recorrido y las incomodidades, injurias y penas que habría tenido que soportar para llegar a un deseado presente y un esperanzador futuro.

Mi vela brillaba cada vez más y mi cuerpo no existía como tal, me había desprendido de mis deseos humanos queriendo llegar aún más lejos, queriendo ser más fervoroso y espiritual. Mi ego no existía y mi yo se desvanecía, sufrí amor por primera vez, verdadero amor.

En estos momentos, de tal agonía en vida, de tal pesadumbre y tristeza y soledad es cuando, muchas veces nos encontramos con Dios, Quien nos amó, dio la vida por nosotros y en cada misa nos demuestra cuánto nos ama: "En cada misa repites tu sacrificio" - canción Jesús amigo.

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